El fugitivo de Corinto by Caroline Lawrence

El fugitivo de Corinto by Caroline Lawrence

autor:Caroline Lawrence [Lawrence, Caroline]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T00:00:00+00:00


* * *

—Malas noticias, joven romana —dijo Mistagogo poco después, al salir del templo—. El hombre que corría hacia el santuario no es el que tú buscas.

—¿Cómo dices? —preguntó Flavia.

Mistagogo los condujo escaleras abajo y luego por un camino, hasta detenerse entre una adelfa y una escultura de hierro que representaba a Hércules y la hidra.

—Los sacerdotes dicen que el hombre que apareció antes era un fratricida.

—¿Qué es «fratricida»? —preguntó Nubia.

—Es una palabra griega —explicó Flavia—. Se aplica a la persona que ha matado a su hermano.

Nubia abrió los ojos como platos.

—¿Los griegos tienen una palabra especial para designar a alguien que ha matado a su hermano?

—¿Están seguros de que era un fratricida? —preguntó Flavia a Mistagogo.

—Sí, ha confesado. «¡Lo siento!», dijo. «¡He matado a mi propio hermano! ¡No quería hacerlo! ¡Las Bondadosas me persiguen!». Y siguió diciendo cosas por el estilo.

Jonatán arqueó una ceja.

—¿Quieres decir que el hombre con mirada de loco y la túnica ensangrentada que vino aquí no es el hombre con mirada de loco y la túnica ensangrentada que nosotros buscamos?

—En efecto, joven romano, eso es exactamente lo que quiero decir.

—¿Acaso vienen aquí muchos asesinos con la ropa manchada de sangre? —preguntó Jonatán con sorna.

Mistagogo asintió con expresión jovial.

—Al menos un par al mes —aseguró—. Incluso más cuando sopla el viento del sur.

Todos se lo quedaron mirando y Lupo hizo una mueca de sorpresa.

—El viento del sur —repitió Mistagogo—. Los romanos lo llamáis africus. Aquí sopló hace dos noches y seguramente también en otros sitios. Dicen que, cuando sopla el africus, los hombres no son responsables de sus actos.

—Escuchad —dijo Flavia—, estoy segura de que en Corinto soplaba el africus la noche que Aristo atacó a pater. ¿Os acordáis del viento cálido que movía las contraventanas?

—Sí —contestó Nubia—, lo recuerdo.

—¿Han aparecido más fugitivos con manchas de sangre hoy? —preguntó Jonatán.

—No —respondió el guía con rotundidad—. Lo sabría. Mistagogo sabe todo cuanto pasa en Delfos.

—Entonces el hombre con la túnica ensangrentada debía de ser Aristo —dedujo Flavia, y de pronto abrió los ojos de par en par—. ¡Por el pavo real de la gran Juno! ¡Tal vez Aristo es hermano de pater!

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué? —exclamó Jonatán.

—Puede que pater y el tío Cayo tuvieran un hermano menor al que secuestraron los traficantes de esclavos en la infancia y al que trajeron a Grecia, y Pater nunca me lo contó porque pensó que me disgustaría.

Todos la miraron.

—¡Oh, no lo sé! —Flavia cerró los ojos y apoyó la frente sobre la base de frío mármol de la estatua—. Todas las pistas se enredan en mi cabeza como un ovillo de lana. Solo los dioses pueden desenredarlas. ¡Eso es! —exclamó de repente, y levantando la cabeza miró a sus compañeros—. Mistagogo, ¿puedes conseguirme una audiencia con la Pitia? Le preguntaré por qué Aristo quiso matar a pater y cómo anular la maldición.

—Lo siento —dijo el guía—. En primer lugar, a las mujeres y a las niñas no se les permite visitar a la Pitia. Además, aunque fuera posible, casi ha anochecido. —Y señalando hacia el templo agregó—: Ya veis la cola que hay.



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